A algunos, últimamente, no se les cae de la boca la palabra EXCELENCIA, entendida como competencia, en la que el éxito de unos pocos sólo se puede contruir sobre el fracaso de otros muchos.
Es sospechosa la añoranza de un clasismo excluyente. Un clasismo que aspira a la perpetuación de unas clases sociales que se heredan y que se consolidan con títulos académicos hechos a su medida. Su propósito de selección social se impulsa desde un modelo de escuela que se rige por una ética basada en la insolidaridad y el sometimiento.
Por eso me he acordado de "ME CAGO EN SU EXCELENCIA", una canción de Suburbano. Un grupo de Lavapiés que se hizo famoso en los ochenta, entre otras cosas, por ser los autores de "La puerta de Alcalá", que luego hicieron popular Víctor Manuel y Ana Belén.
ME CAGO EN SU EXCELENCIA
Ha de saber su Excelencia
Que la cosa anda jodida
Que el hambre no da guarida
Y se acaba la paciencia.
Ante esta triste evidencia
Reniego del vasallaje
Y me lanzo al abordaje
Cagandome en su Excelencia.
En su Excelencia y de paso
Me cago en su beneficio
En su carácter fenicio
Y en el vino de su vaso.
En el juez y en su justicia
Por no ser ciega ni tuerta
Y dejar la puerta abierta
Al poder y su avaricia.
Y siguiendo el desacato
Me cisco en la Bula Santa
Porque con la muerte achanta
Al que no come en su plato
Que si malvado es Usía
Más malo es quien le bendijo
Dándole casa y cobijo
Dentro de su sacristía.
Y también hay para el Rey
De este imperio sacro santo
Por ser el Rey del espanto
Aunque piense como un buey.
Si es más cruel nace garrote
Si más falso, relicario
Si más avaro, vicario
Si más Rey, tonto del bote.
Repartida la inmundicia
Entre Reyes de retrete
Ratas de toga y bonete
Y ladrones con franquicia,
Hoy apelo a mi conciencia
Y termino mi diatriba
Como empecé mas arriba
Cagandome en su Excelencia...
Para escucharlo:
Comentario
Como decía Álvaro Marchesi: ¡¡Qué será de nosotros los malos alumnos!!
A parte de las palabras. Lo que está pasando en Madrid creo que es completamente destructivo para el sistema educativo.
Lanzar el mensaje de que los "excelentes" no son las personas, sino los centros donde estudian (o las clases sociales a las que pertenecen) es muy peligroso.
Este punto de vista estigmatiza (efecto Pygmalion), crea mucha infelicidad, fomenta las trampas y pone en una situación muy difícil a los que parten en la carrera de la selección académica en posiciones débiles, por cuestiones personales familiares o de contexto social.
Para los profesores con vocación y los centros educativos con sentido social es una desgracia que la Administración mande el mensaje de que lo que hay que hacer para ser valorado es quedarse en clase con los "buenos" alumnos y echar como sea a los "malos" (entendiendo como buenos o malos según el rendimiento en unos exámenes absurdos). Así la solución más cómoda no es apoyar los aprendizajes e innovar pedagógicamente, sino seleccionar a los que ya vienen preparados de casa, hacer trampas o dar codazos a los compañeros.
Empíricamente está demostrado que estas políticas, además de injustas, son ineficaces.
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