San Marcelino Champagnat, es el fundador de los Hermanos Maristas. Su fiesta se celebra el 6 de junio.
En EDUCACIÓN EN ORCASUR, ya hemos dedicado algunas entradas a otros fundadores católicos de órdenes religiosas de la Enseñanza:
Hoy dedicamos esta entrada a presentar las ideas pedagógicas de Marcelino Champagnat. He recogido aquí algunas citas de sus escritos que pueden ser inspiradoras a los educadores de todos los tiempos, no necesariamente religiosos.
Para mi es entrañable hacer esto, porque como alumno marista me he beneficiado de la forma de entender la educación de Marcelino Champagnat.
Si tuviera que resumir las principales aportaciones de la pedagogía marista, lo haría en estos rasgos
- Humildad, sencillez y modestia (las tres violetas) en el trato, en las formas, en las prioridades ... Es una manera de ser. Se valoran las cosas sencillas, los trabajos humildes, las personas discretas, que saben escuchar y trabajar en segundo plano.
- Laboriosidad. Pasión por el tabajo bien hecho. Se confía en la efectividad de las tareas sencillas hechas con preseverancia. Se valora el esfuerzo. Se cuidan los detalles. Despacito y buena letra.
- Pedagogía de la presencia. El educador es una permanente presencia disponible y amorosa entre los niños y jóvenes. Como ángeles de la guarda.
- Espíritu de familia en la comunidad educativa.Todos tienen que sentirse en su casa, queridos y valorados, implicados en los asuntos comunes. Se fomenta la participación de todos.
- Una formación religiosa sencilla y cercana, al estilo de María.
- Espíritu de servicio. Compromiso con la comunidad y el mundo. El objetivo último de la educación es formar buenos cristianos y honrados ciudadanos.
Para acertar plenamente en el noble ministerio de maestro, .es preciso estimarlo y tener amor a los niños. Debe dedicarse toda la existencia, la inteligencia, el corazón, todas las actividades, la vida entera a tan noble tarea. No puede distraerse con otras cosas; sería debilitarse e inutilizarse a sí mismo. Todos los afectos, todos los afanes del maestro deben ser para sus alumnos. Si desempeña su misión como oficio vulgar o por cumplimiento, si no aprecia sus funciones, si no ama a los niños, si no se entrega del todo a la educación, no hace cosa de provecho.
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La educación no es la disciplina, ni la enseñanza; no se consigue con cursos de urbanidad, ni aun de religión, sino por medio de las relaciones continuas de los niños con sus maestros, por medio de avisos particulares, del ascendiente moral, de los ánimos, correcciones, palabras que nacen de las relaciones ininterrumpidas entre maestro y alumnos.
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El maestro que ama puede avisar, aconsejar, reprender; el amor que manifiesta en sus palabras, da a éstas nueva gracia y mayor fuerza; sus advertencias son recibidas como testimonio de amistad y son seguidas. Amad, pues, a vuestros alumnos: considerad la inocencia que brilla en sus ojos, la sencillez de sus confesiones, la sinceridad de su arrepentimiento, aunque sea poco duradero; la franqueza de sus resoluciones, aunque pronto vuelvan a fallar; la generosidad de sus esfuerzos, aunque pocas veces sean constantes.
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Poned buena cara; hagan lo que hagan y sean lo que sean, amadlos, pues es el único modo de trabajar con fruto con ellos.
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A algunos, los niños les resultan molestos, groseros, ingratos, llenos de defectos, revoltosos, y no los pueden aguantar. Son hermanos sin vocación. Si los muchachos fueran perfectos, no necesitarían nuestra dedicación; precisamente porque tiene defectos debemos ocuparnos de su educación.
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Cuide con mucho esmero a los niños pobres y a los que son más torpes e ignorantes. Manifieste mucha bondad a esta clase de niños, hágales muchas preguntas y no tema mostrarles en toda ocasión que los estima y los quiere. Los niños pobres en una clase son lo mismo que los enfermos en una familia: fuente de bendiciones y prosperidad cuando se los mira con los ojos de la fe y se los honra como a miembros sufrientes de Jesucristo.
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Desempeñáis el oficio de ángeles custodios cerca de los niños que se os confían: dad también a esos espíritus puros un peculiar culto de amor, respeto y confianza.
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A los hermanitos de María se les conoce por su humildad, sencillez y modestia: tres violetas amadas.
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Sed para los jóvenes amigos y modelos de conducta.
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La educación de la juventud no es un oficio; es un ministerio religioso, un verdadero apostolado. Educar a un niño no es sólo enseñarle a leer y escribir. Educar a un niño es darle a conocer su destino sublime y proporcionarle los medios para lograrlo. Educar a un niño es hacer de él un buen cristiano y un honrado ciudadano.
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Mi idea es fundar una sociedad de hermanos que dediquen sus esfuerzos y su vida a la educación de los niños en los municipios pobres del campo. Los hermanos no serán sólo catequistas, enseñarán también lectura, escritura, cálculo, historia sagrada y las reglas del buen comportamiento para hacer de los niños buenos cristianos y honrados ciudadanos.
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Estad mucho con los niños. Convivid con ellos, jugad con ellos. Que los niños sientan que los queréis. Que los escucháis porque os importa y os interesa lo que ellos piensan, sienten y dicen.
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Quizá se me dirá que en la Biblia se recomienda castigar a los niños corregirlos. Pero entiendo que educar a un niño no es pegarle, golpearle. No se consigue la obediencia de los alumnos con castigos, sino con la autoridad moral de quien se entrega a su labor y utiliza procedimientos dignos. El espíritu de una escuela marista es el espíritu de familia. Y en una familia reinan los sentimientos de amor, respeto, confianza recíproca, y no el temor a los castigos. Un hermano áspero, violento y que se permite maltratar a los niños con palabras o con golpes, no es apto para la enseñanza; sólo vale para picapedrero o destripaterrones.
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Si se tratase de enseñar sólo las ciencias humanas a los niños, los hermanos no serían necesarios, los maestros serían suficientes. Si no pretendemos más que dar instrucción religiosa nos contentarnos con ser simples catequistas. Nuestra finalidad es integral porque querernos educar, es decir: instruirlos en sus deberes, enseñarles a practicarlos, darles el espíritu y los sentimientos del cristianismo, las virtudes del cristiano y del buen ciudadano.
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Y esto no lo podemos conseguir sin vivir con los niños, sin que ellos estén mucho tiempo con nosotros. Para educar a un niño, hay que tratarle con respeto. La educación es ante todo fruto del buen ejemplo, porque el niño aprende más por el ojo que por el oído. Para educar bien a los niños hay que amarlos y amarlos a todos por igual. No hay que olvidar nunca que los niños son seres delicados y tiene necesidad de ser tratados con bondad, amor, perdón, y
educados con mucha paciencia. No me gustan los hermanos cuya sola presencia asusta a los niños. Debemos ser alegres, amables y constantes. Todos exigimos que los alumnos nos respeten. Pues bien; es imposible educar bien a un niño si no se le respeta. Por el respeto se logra la confianza. Ahora bien, tolerar que el niño viva indisciplinado, dejarle estancado en sus defectos y permitirle vivir según sus caprichos, no es amarle. Semejante conducta, especialmente en un educador religioso, es cruel y hiere profundamente el respeto que se debe al niño.
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No se puede educar a un niño a golpes. Los castigos no orientan el corazón hacia el bien. Es increíble que para educar a un muchacho haya quien se sirva de medios que ni siquiera aplicaría a los animales. Quienes los doman o adiestran, evitan maltratarlos, los tratan con bondad, los acarician y sólo les hacen sentir el freno con precaución y prudencia. Con pruebas y ejercicios repetidos muchas veces, con paciencia, los vuelven dóciles. Y con los niños, creados a imagen de Dios, dotados de razón y libertad, llenos de ordinario dé buenas intenciones, con ganas de obrar el bien, ¿sólo se pretende usar la fuerza bruta para educarlos? Tales procedimientos educativos son una ofensa para la dignidad humana, degradan al niño, hacen que se desprecie y odie a quién los utiliza, llevan el desorden a la escuela y destruyen los sentimientos de amor, estima, confianza y respeto que han de unir al maestro y los alumnos.
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No me gustan los hermanos que ahuyentan a los niños con sólo su presencia. Para dar buen ejemplo a los niños y ganarlos para Dios es imprescindible auténtica piedad y virtud sólida. Pero no basta. El carácter más apropiado para educar humana y cristianamente a los niños y jóvenes es el que reune la jovialidad, la afabilidad y la constancia que sólo se halla en un corazón humilde y bondadoso.
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Cada año, durante las vacaciones de verano, todos los hermanos se reunen en el Hermitage. Hacemos el retiro y tratamos de las orientaciones que deben seguir nuestras escuelas. Querernos que reine la igualdad; que no haya ni preferencias ni privilegios, a no ser un cuidado particular de los niños más pobres.
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Todo a Jesús por María.
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El orden es algo a lo que doy mucha importancia; sin orden no hay verdadera educación. Pero quiero una disciplina que sea fruto del amor, del buen ejemplo y de la presencia educativa entre los niños. Sobre todo no me canso de recordar a los hermanos que su misión mas notable es la de catequistas. Nada debe interesarles más como el lograr el ser buenos catequistas.
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De las primeras lecciones depende el éxito de la educación de un niño. Las primeras impresiones recibidas se borran difícilmente. Los que tienen que abandonar la escuela para trabajar, sólo han recibido las primeras clases. De la primera clase depende el éxito de las demás. El encargado de las primeras clases tiene que ser amable y
tener mucha paciencia. Debe repasar muchísimas veces. Debe volverse niño.
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Necesitamos hermanos, hermanos sencillos, sembradores de Evangelio, maestros y catequistas que digan a los niños que Dios les ama con infinita ternura.
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Por las penas infinitas que tuve que soportar para aprender a leer y escribir, sentí la urgente necesidad de crear una Sociedad que pudiera, con menos gastos, dar a los pueblos del campo la enseñanza que los Hermanos de las Escuelas Cristianas dan en las ciudades. Ordenado en 1816, fui enviado como coadjutor a una parroquia rural. Vi, con mis propios ojos, la importancia de poner manos a la obra en el proyecto que meditaba desde hacía tiempo. Comencé pues a formar a algunos maestros y les di el nombre de hermanitos de María.
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El que está alegre y contento demuestra que ama la vida y supera todas las dificultades.
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No puedo ver a un niño sin sentir ganas de enseñarle el catecismo, sin darle ha conocer cuánto le ha amado Jesucristo y cuánto debe amar él a su Salvador.
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María, la Buena Madre, es nuestro recurso ordinario. Confiad y recurrid siempre a Ella.
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Decid a los niños que María les quiere mucho.
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Os suplico con toda mi alma que reine siempre entre vosotros la caridad. Amaos unos a otros. Tened un solo corazón y un mismo espíritu. Que se pueda decir de vosotros como de los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman". Vivid siempre en la presencia de Dios. Sed sencillos. Amad y enseñad a querer a nuestra Buena Madre, María. Sed para los jóvenes amigos y modelos de conducta. Amad vuestra vocación y sed fieles a ella, Jesús y María os ayudarán. Esta es mi última voluntad.
Para saber más sobre la pedagogía Marista
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